Abro esta plataforma –que bastante bien me cae–, a menudo, con la intención de escribir y, además, leer a algunos de mis “guardados para más tarde”. Me pregunto si esto que escribo no colabora con el aluvión de información a la que nos sometemos. A veces, me detiene pensar que soy simplemente una más de las miles de personas que publicamos, expresamos, compartimos. Esto que digo, para qué servirá?. La primera newsletter que envié fue hace casi 20 años. Armarla y diseñarla me tomaba horas y las respuestas -luego- eran muchas. Sí, en aquel entonces había más tiempo y menos newsletters. Tiempo antes, en mi sitio web, había un cuaderno de visitas y la gente, de modo anónimo o solo con su nombre de pila, dejaba mensajes. Todos lindos y buenos mensajes, los haters estaban ocultos o dormidos. La verdad es que ni siquiera conocía ese concepto. Ahora, al recordar esa pestaña dedicada a los comentarios, me da una especie de ternura como si se tratara de una conducta algo inocente. El sitio lo habían diseñado mis amigas Sandy y Vicky, con mis fotos de aquel momento; unos cuerpos que se parecían a paisajes inexplorados o al revés. Tan simple y hermoso que me gustaría volver a hacerlo así. Solo tengo aquella sensación como referencia, y es la misma que me tienta a pensar en rehacer toda la web ahora mismo, pero enseguida me mareo, cierro y dejo todo tal cual está. “No está tan mal”, me digo.
Han cambiado muchas cosas, o mejor dicho, se hace notar todo aquello que estaba cambiando. Solo cuando me miro en una fotografía me doy cuenta de que yo también cambié.
Tengo sobre mi escritorio un orden similar al que solía tener en el Estudio: muchos libros apilados, dos o tres cámaras al lado, crema de manos, unos kleenex, cuadernos, lapiceras y muchos papeles. Entre los libros, hay uno nuevo. Está cerca porque lo abro con frecuencia y leo de manera azarosa. Se trata de “Claros del bosque” de María Zambrano. Es ahora mi nueva amiga y guía; leerla me reencuentra con ideas que me son cercanas, y eso ha traído un halo de calma, un sosiego que me permite volver a mí entre tanta vorágine e IAs.
Volver a una no es regresar sobre el pasado, sino es un reflexionar, cuya palabra no significa otra cosa que verse a una misma. La reflexión es un adentrarse. Y solo es posible la reflexión cuando se está a salvo o libre.
Y así, inmersa en pensamientos zambranianos, me reúno con otras vidas mías, más ciertas o verdaderas, pues sobre ellas proyecto no solo la que fui sino la que podría haber sido. Al dar forma a estos imaginarios podemos reconstruir a la que queremos ser ahora, con nuestros propios ritmos y nuestra nueva voz. Poder bailar como se nos antoje, esa y no otra, será la conquista final.
Toda acción, real o imaginada, refleja. Algunas de ellas fueron capturadas a través de mi cámara. Las compartiré muy pronto.
justo hoy recordaba melancólica el Fotolog y esas épocas. Yo también comparto los dilemas sobre ser cómplice del ruido. Tal vez proyectando te digo: creo que un «ruido» sincero y apasionado siempre será bienvenido.
Tengo ese libro en mi lista de pendientes y ahora me da aun más ganas! Gracias!
Me alegro mucho