“No hay pasado original que redimir: existe el vacío, la orfandad, la tierra sin bautizar de los orígenes, el tiempo que nos mira desde dentro de la tierra. Hay, sobre todo, la búsqueda del origen”. Ana Mendieta
Hace varios meses atrás visité el MUSAC. El motivo: una exposición monográfica de Ana Mendieta.
Mendieta nació en La Habana en 1948. A los 12 años emigró a Estados Unidos a través de un programa desarrollado por el gobierno estadounidense junto a la Iglesia, conocido como Peter Pan, por el cual salieron de Cuba alrededor de 15.000 niños. Ana no volvería a ver a su madre hasta pasados 5 años, y a su padre, después de 18.
Pasa por orfanatos y casas de acogida, estudia artes plásticas hasta que finalmente llega a Nueva York, donde encuentra una escena artística estimulante que la acoge bastante bien, es decir: ocupa un lugar. Exhibe su obra y recibe reconocimientos como la beca Guggenheim y el premio de la Academia Americana de Roma; pone su ojo (y su cuerpo) para hablar de las minorías y las violencias ejercidas por quienes ocupan espacios de poder. Explora los elementos de la naturaleza para mostrar un mundo diferente y distante al industrial. A su vez, su obra siempre buscó volver a sus raíces, explorando el exilio en sus formas más profundas: el físico y el simbólico, el real y el mental. Ese desarraigo que, como ella, muchas sentimos alguna vez: no saber quiénes somos ni quiénes se supone que deberíamos ser.


Su trabajo se desarrolla en el ámbito de la performance y el land art y lo documenta en películas, diapositivas y fotografías. Sorprende –o no– descubrir cómo su obra sigue siendo tan actual y cómo ha servido de referente para muchas otras artistas de diversos ámbitos.
Mendieta murió a los 36 años al caer desde el piso 33 del edificio donde vivía con su pareja, el también artista Carl Andre. Aunque fue acusado de asesinato, este fue absuelto por falta de pruebas, pese a los testimonios de quienes escucharon discusiones, gritos y una voz de mujer gritando: no!. Una muerte temprana, turbia e injusta que, además, dejó su obra sin reconocimiento durante varios años.
El museo no da ni una pista de estos hechos, se centra en su obra genial e inmensa y no en su historia. Su tía, quien administra actualmente su patrimonio, expresó en una entrevista: “¿Cuántas veces más tiene que caer?”. Así, recorremos las salas entre fotografías, dibujos, instalaciones y videos, conmovidas por su capacidad de simbolizar los vínculos entre humanidad y naturaleza, y por su forma de representar el cuerpo femenino, con toda su fragilidad y fortaleza.


Entiendo que la injusticia de la resolución del caso, el respaldo del mundo del arte a la figura de Andre y la posterior invisibilización del trabajo de Ana Mendieta han llevado a quienes custodian su obra a tomar decisiones cuidadosas y personales sobre cómo contar su historia. En España, esta es la primera exposición tan extensa y completa dedicada a su legado.
Mientras montaban esta muestra su tía recibe un llamado donde le informan de la muerte de Carl Andre. Para la preinauguración, ella y su hija adolescente recrearon la obra Ñáñigo Burial, formando una silueta de velas negras en el suelo. Este acto, que ya es tradición, fue iniciado en 1990 por la madre de Mendieta. Esta vez involucró a todos en el encendido, desde el director hasta el encargado del museo. Cuando quedó una última vela, la encendieron juntas.
El arte, como un ritual, atraviesa el tiempo y trasciende a la vida.
Ayer me acordé de ella y quería compartirlo.
Un abrazo
En este enlace se pueden encontrar muchos de sus trabajos.